“Un gusto,
amigos, saludarlos. Hoy, corriendo el riesgo de no poder ser comprendido
por aquellos
a los que no les tocó vivir algunas de las cuestiones de nuestra peripecia tan
lejana. Hace muchos años, como 50, medio siglo, fui clandestino, cuando
queríamos cambiar el mundo. Uno de los problemas de aquel tiempo era ir presos,
torturados y que nos quitaran información. Yo estaba entre los que fueron
desarrollando una disciplina de apartar de mi memoria deliberadamente los
números telefónicos y cuanto dato identificatorio pudiera ser útil. La verdad
es que con esfuerzo y disciplina lo logré en gran medida, a tal punto que hoy mi
sistema mental quedó reprogramado, por ejemplo, para no poder retener números
telefónicos. Al punto que ni me acuerdo de mi teléfono o el de mi compañera o
lo tengo que tener apuntado. Apenas, con mucho esfuerzo, retengo el teléfono de
mi secretaría.
Quedé como bloqueado por aquella disciplina
enorme de aquellos años. Quienes hubieran leído La vida del Buscón o Papillón,
seguramente puedan entender algo de esto. ¿Por qué decimos esto? Porque nos
quedaron de aquellos años muchas cosas. Ese caminar kilómetros en los tres
metros de una pieza. El darle vueltas a las cosas. Al efecto de aquellos años y
de aquella dura peripecia de andar en la cárcel de Punta Carreta, de rebotar
por los cuarteles (conozco más de 80 calabozos) hay que sumar el origen. Vengo
de los barrios pobres. Mis amigos de gurises andaban en zapatillas. Casi no
tenían juguetes. Nuestras veredas eran de tierra. Estoy hablando de hace casi
60 o 70 años. Otro Uruguay. Pero que es determinante de muchas cosas.
A resultas de todo esto no podemos evitar
que en nuestro hablar corriente, íntimo, entre pocos, nuestro lenguaje, por
momentos reo, es áspero. Diría, entre comillas, francamente “canero”.
Por muchos años tuvimos que cultivar un
hablar, un decir, para gambuza y para cuarteles. Había que comunicarse
adoptando las formas, en esa lucha por sobrevivir. Ese lenguaje está a leguas
del discurso público. Poco tiene que ver con el discurso público o la prensa. Tiene
que ver con las relaciones íntimas. Inevitablemente arrastra en sus modismos
nuestra propia historieta.
Para que resulte más nítido, más claro. Hubo
que hablar por años con presos comunes y soldados. Porque acechábamos la
oportunidad de ser libres. Dos veces nos fugamos y hubo otros tantos intentos.
Ese lenguaje, en la intimidad, quedó grabado
para siempre. Hubo que ser mordaz, burlesco, para poder hacer del dolor una
sonrisa cáustica que ayudaba a sobrevivir.
Desde entonces reinan entre nosotros los
sobrenombres, Mono, Camello, Lagarto, Tuerto, Rengo, etcétera. Y también la
tendencia, en ese chamuyo de dos o tres, a la exageración como contracara del
vacío existencial que nos tocaba vivir.
Repito: lenguaje chamuyo, un decir entre
pocos, casi susurrando, donde lo que importa es la finalidad. Finalidad un
tanto conspirativa. No importa la verdad absoluta. Es un lenguaje canero de
resistencia, que siempre está acechando la fuga porque sueña con la libertad.
Es un lenguaje-herramienta y no causa, que juega para los íntimos. No tiene
nada que ver con el lenguaje del discurso público o el de la libertad de
prensa.
Me atrevo a afirmar que si no existiera
Gardel el lenguaje del Río de la
Plata tendría notorias diferencias. Mucha cosa del bajo quedó
incrustada en nuestro decir corriente. El hecho real es que una vez que ha sido
violentada la intimidad por el juego del mercado no tengo otro camino, porque
todo esto que estoy relatando lo pueden entender muy pocos, (y) debo pedir
sentidas disculpas a quienes pude lastimar en estos días por mis dichos. Sobre
todo (a los) que son, como nosotros, integrantes del sueño de Patria Grande y
federal.
Esta es la realidad. Nos han acusado de todo
en estos años. De ser genuflexos. En fin... Nadie nos ha pedido disculpas. Yo
sé, naturalmente, que al parecer éstas son las leyes del juego. Hemos tratado
de hacer todo lo posible por sostener una relación que tenga en cuenta los
intereses económicos de la gente que trabaja. Pero acá, en este país, hace años
que existe una campaña casi permanente. Que la República Argentina
se cae, que va camino a una república paupérrima... Se acusa este gobierno, al
mío, de que se subordina. Lo han acusado de genuflexo. En realidad, mentira
sobre mentira. La Argentina
ha crecido enormemente y desde el año 52 nunca tuvo gobiernos que hicieran
tanto por los postergados, por las deudas sociales.
¿Que tienen problemas? Quién no los tiene?
Habría que ir en este momento a los puentes de Paysandú. ¿Que a veces sus
medidas defensivas nos afectan? Claro que sí. Pero, ¿alguien puede negar que la
masa argentina nos quiere y nos respeta? Quienes conozcan un poco de historia
sabrán que cuando a la Argentina le va bien
nosotros nos beneficiamos y, al revés, cuando anda mal nosotros padecemos.
Cuando la relación es mala terminan ganando los que están lejos. Pero si todo
esto fuera poco, y lo hemos repetido hasta el cansancio, miles de compatriotas
uruguayos viven allá y no son discriminados. Por el contrario. Están
absolutamente integrados. Sin embargo, se insiste con esas campañas que cuando uno
hace memoria por momentos parecen aquellas del antiargentinismo de la década
del ’50. Y eso es veneno. No justificamos. Sabemos que puede haber el deseo de
que el gobierno se perjudique. La relación económica, sobre todo. Y que con eso
crezcan las chances de la oposición. Pero tenemos que recordar nuestra
historia. Decía Martín Fierro que los hermanos sean unidos por encima de todas
las cosas. Y en estos dís en que estábamos hablando del artiguismo, de su
planteo histórico, recordemos las consecuencias de la falta de la unidad.
Sé que está lloviendo y el agua a la larga
se lleva todo. Lo he vivido muchas veces y parece que éste es nuestro
derrotero. Hace casi cuatro años, en plena campaña electoral, cuando estaba en
juego nada más y nada menos que la presidencia de la República , parte de la
libertad de prensa nos desató una campaña que nos pintaba poco menos que como
propietarios del arsenal de (Saúl) Feldman. Gran publicidad. Después, las cosas
llevaron su curso y su desenlace patético. Nada teníamos que ver. Sin embargo
nadie, nadie en aquel entonces nos pidió disculpas. Y nunca. Y entonces son
cosas (ante las) que uno sencillamente tiene que decir, como decíamos antiguamente
en los barrios, calavera no chilla."
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