Publiqué un artículo sobre el discurso de Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural Argentina, al inaugurar la muestra del 2010. Solo algo superó la mediocridad del texto: el espectáculo del malón montado después del acto en el picadero de la SRA.
El discurso pronunciado anoche por Luis Biolcati pareció buscar un gran objetivo: polarizar. De un lado debía quedar el Gobierno, “un feudo, una federación de gobernantes, intendentes, caudillos y punteros políticos”. Del otro lado, él mismo. Un dirigente que pudiera articular el orgullo por la Argentina del primer Centenario, el de 1910, “un momento colosal”. Que fuese capaz de definir a la Argentina como “este maravilloso suelo donde se asienta nuestra patria”. Que pudiera decir: “La tierra, como la patria, permanece”. Que reclamase cloacas y se quejase del índice de pobreza, pero no sucumbiese a ningún recuerdo popular, plebeyo o igualitario, lejano o cercano como la Asignación Universal por Hijo.
Biolcati habló contra la “crispación”. Pero su frase sonó fuera de foco. Por lo menos desde los festejos del Bicentenario, la táctica del Gobierno es evitarla. Enfrenta los conflictos sin ataques públicos que agudicen las situaciones de polarización. Y cuando alguien quiere acumular poder desde una posición beligerante –por ejemplo una “guerra de Dios” contra el matrimonio igualitario–, la respuesta suele ser una construcción transversal sin tono épico, pero con resultados más eficaces. Así pasó con el voto de diputados y senadores en la ley de matrimonio sin restricciones.
El propio Bicentenario tuvo el mismo tono. El Gobierno organizó la fiesta, de Fuerza Bruta a Horacio Salgán, de Agarrate Catalina a Fito Páez. Sin embargo, en lugar de apropiarse de la buena onda esperó que ella decantara como un bálsamo sobre la sociedad.
Sobre los temas agrarios el Gobierno ya no emite los mensajes de 2008, los tiempos de la 125, que a veces nombraban a “la oligarquía” sin segmentar políticamente la realidad.
¿Qué pasó en 2008?
Hipótesis uno: todo sucedió, en la versión conservadora, porque las retenciones debían ser eliminadas sin vueltas y las fuerzas del mercado, liberadas de todo límite, llenarían a la Argentina de alimentos y divisas.
Hipótesis dos: el Gobierno debió defenderse ante un ataque que, si seguía, domesticaría a la democracia y la dejaría en estado vegetativo.
Hipótesis tres: el Gobierno podría haber resuelto el conflicto antes, como hizo al fin en Diputados cuando ya había pasado demasiado tiempo de tensión. La demora exacerbó la rispidez y terminó asustando a un segmento importante de la clase media que ya venía siendo azuzado para que se distanciara de los sectores más humildes.
¿Por qué Biolcati busca polarizar hoy? Porque el Gobierno no polariza y procura no crispar. Porque está bajo discusión pública un Plan Estratégico Alimentario impulsado por el Ministerio de Agricultura. Porque en 2007 Cristina Kirchner fue presidenta con el 45 por ciento de los votos gracias a que hizo la diferencia en dos sectores: el Gran Buenos Aires y ciudades de entre 50 y 100 mil habitantes. En algunas de éstas, el voto por Cristina superó el 65 por ciento.
Si en 2008 la simpatía quedó reemplazada por el odio, con miras a 2011 al Gobierno le conviene sustituir odio por simpatía. Y si no, al menos por cierta indiferencia. El entusiasmo escaso podría convertirse en votos si la situación económica continúa mejorando y se mantiene el año próximo. Como suele decir el consultor Enrique Zuleta Puceiro, “siempre que queden claros el rumbo y el sentido, los ciudadanos votan con el bolsillo del futuro”.
Biolcati busca ser el arzobispo de la oposición conservadora. A él le resultaría útil mantener vivo el odio residual.
En cualquier caso, si Biolcati dejara la política sería bueno que se dedicase a lo suyo. Mejor el tambo. Como historiador se moriría de hambre. Anoche dijo que la Representación de los hacendados escrita por Mariano Moreno era una pieza “contra los altos gravámenes del Cabildo virreinal”. Rudimentario, Biolcati. De alcance más amplio, el documento de Moreno era una proclama contra el monopolio español y el contrabando, y a favor del intercambio libre con los comerciantes ingleses. El virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros aceptó la posición de Moreno. Así, paradójicamente, el virrey permitió que se fortalecieran las posiciones que llevarán a la autonomía en mayo de 1810.
Y ya que Biolcati jugó a los nombres, un divertimento menor que la Historia, ¿por qué no jugar un ratito? Dijo Biolcati que en mayo de 1810 hubiera estado con Moreno, con Manuel Belgrano y con Hipólito Vieytes. En el Cabildo Abierto del 22 de mayo, Vieytes votó por el cese de Cisneros. También lo hizo, entre otros, Cornelio Saavedra, que pidió el gobierno para el Cabildo hasta que se formase una junta. Y dijo: “No quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando”.
La mayoría fue expresando su voto en sintonía con el de Saavedra o con el mensaje de Pascual Ruiz Huidobro, uno de los que exigieron el cese del virrey. Hasta que le llegó el turno a un vecino. Dijo, según consta en las actas del Cabildo, “que no encuentra bastantes datos para considerar necesaria la remoción del Exmo. Sr. Virrey; pero que para evitar todo recelo, gobierne con asociación de dos individuos que tenga a bien nombrar el Exmo. Cabildo”. El autor del voto era comerciante. ¿También contrabandista? Quién sabe. Lo seguro es que le horrorizaba la autonomía al ilustre vecino don José Martínez de Hoz
(Publicado en Página/12, 1 de agosto de 1010)
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